dijous, 30 de novembre del 2017

¡Turút!...¡Resultados!








Hace dos horas que me han sacado sangre. Deberían estar ya los resultados. Decido subir a la tercera planta. Allí están las consultas de trasplante renal, también las de urología y las de pruebas de otorrino. ¡Solo en la tercera planta de la torre C!



El hospital La Fe es gigantesco. Es como  una ciudad pero solo para enfermos y quienes nos cuidan.


Llego a la sala de espera. La puerta B306 está cerrada.    Dentro está mi doctora con otro paciente.   
Ella, con un ordenador, puede leer cómo estamos por dentro; como quien lee en las entrañas de un animal. Luego nos ajusta las medicaciones y nos ofrece un mejor futuro. Algo de eso hacían los etruscos. Sin ordenador.




Mientras espero me da un ataque de nostalgia y recuerdo la sala de espera para trasplante renal de la Fe de Campanar; “La Fe vieja” para quienes llevamos años en esto.


Era estrecha. Tenía dos ventanas. Una daba al edificio de enfrente, en donde realizaban las pruebas del sueño. Por ella podía ver a gente durmiendo lo cual, era entretenido hasta cierto punto. La otra, en la pared opuesta, daba a una terraza entre dos paredes. En algunas épocas del año entraba el Sol. Éste se derramaba formando un rectángulo que poco a poco se deslizaba desde la pared hasta el suelo. Era más entretenido que mirar a los durmientes de enfrente.

Las esperas eran muy largas y los pacientes éramos pacientes.  

Había un cartel. Lo recuerdo  porqué decía una de las verdades para pacientes más universales que había leído hasta entonces. Era una fotocopia en blanco y negro con el texto: 

 “Por favor sea paciente, la próxima vez puede ser usted el motivo del retraso” 

 Yo era 20 años más joven que ahora.  Mi mente plástica de juventud lo asumió de inmediato; a todos nos gusta ser bien tratados. Así me convertí en paciente, paciente. 

Por aquella época las paredes del pasillo eran de color vainilla. Con el solecito se estaba muy a gusto esperando. Luego, poco antes de desmantelar aquél hospital,  las pintaron de azul. Dicen que el azul relaja. A mí aquellas paredes celestes me ponían triste, la gente durmiendo en el edificio de enfrente me dejaban mustio y el rectángulo de Sol moría sin entusiasmo al deslizarse por ellas. ¡Era deprimente de cojones!

Quién sabe por qué se cambió el color. Posiblemente algunos pacientes no leyeron el cartel y se impacientaban. O puede que fuesen mayores y no tuviesen la mente plástica. Los mayores perdemos su plasticidad y siempre andamos con prisas; aun para con temas de salud. ¡Como si nos fuera la vida en ello! 

En todo caso algún experto pensó en que debían aplicar la psicología del color.


Ahora, en la Nueva Fe, esperamos menos y no estoy seguro de si eso es bueno. 
Hay muchas más consultas y pantallas de plasma que vomitan números al son de una alarma. “Turút” Turút”. Las puertas se abren y se cierran. Hay ajetreo y uno se entretiene mucho más que mirando gente durmiendo o rectángulos de luz andando por las paredes. 


 De hecho uno se entretiene tanto que, para cuando, junto al “turút”, sale el número que te identifica en la pantalla  —Ahora somos números, antes se gritaba el nombre— ,aún no has empezado a entretenerte en serio. 
La Fe Nueva es un hospital para mayores irritables de mente rígida que andamos con prisas detrás de las manecillas del reloj.



Me siento. Me siento impaciente. Soy 20 años mayor.


Al poco “Turút” Me llama la pantalla.


No me da tiempo de entretenerme a gusto. Aunque soy mayor y también impaciente, aún necesito mi tiempo; de mirar por la ventana; de mirar las caras de la gente; de mirar el Sol como camina por el cielo…  de que me llamen por mi nombre... Ahora que  hay un gran entretenimiento, ahora, decía.... ¡ahora no tenemos tiempo para ser pacientes!


Entro en consulta.


Quien leyó el anterior post entenderá este primer movimiento: 

Tras el saludo de cortesía la doctora saca el tensiómetro. Directamente. Me pregunto si no me leyó anoche. No se fia de que tenga las tensiones "como siempre"


«Mala barraca!» Pienso.


Me levanta la manga de la camisa. Al tocar mi brazo, me pregunta si llevo una fístula. 


«Molt mala barraca!» 
Llevar fístula significa qué: o bien te estás dializando o bien van a dializarte. Cojo aire.


Ella sabe que no me dializo por lo que me quedo con la opción 2. 


«Xato, me digo, ella espera que te vayas a dializar. Quizás por un descuido olvidó solicitar la operación para ponerte la fístula. Lo da por hecho».

— Tienes el brazo fuerte!— me dice.  

      Suelto aire.


«Vale, lo que ha tocado ha sido hueso, mi hueso la ha confundido, yo no tengo el brazo fuerte»


Todo esto sucede por qué en una consulta de trasplante, los pacientes estamos con los cinco sentidos al máximo. Tenemos la adrenalina disparada. Una perla de sudor asomad en la frente de tu nefróloga de trasplante, por ejemplo, puede encender todas las alarmas y hacerte creer que se está preparando para darte una mala noticia.

La tensión la tienes perfecta.

Ella mira el ordenador. Va a leerme las entrañas y predecir mi futuro. Tomo aire.

Estás estable... Sigues estable.  


Me lanza una súper sonrisa que, como un boomerang, vuelve a ella y se le queda fijada al rostro. Suelto aire.
Me habla de mi creatinina, de mi ácido úrico, de mi hemograma... y de mi futuro en diálisis.
Cojo aire y suspiro...

Es un hecho. Llevan diez años preparándome para entrar en diálisis y mi riñón lleva diez años estable.

Es una pequeña tortura personal y yo no sé si ya estoy preparado o de tanto prepararme me he pasado de preparación y no lo estoy en absoluto.


Sonríe mucho mi doctora de trasplante. Es agradable. Tras hablar de mi futuro inevitable en un ambiente cordial y citarme para dentro de tres meses (lo que són unas 2000 horas) nos deseamos felices fiestas y salgo de la B306. 


Todo el mundo en la sala de espera me mira. En ese momento soy su entretenimiento principal.

Yo se, porqué lo he  vivido, que según la cara que pone quien sale por la puerta de consulta pueden cambiar muchas cosas dentro de la mente de quien espera en la sala. 
Los que salimos tenemos el poder de cambiar el estado de ánimo de quien nos ve: de ansioso a muy ansioso o a profundamente angustiado.
 
Salgo sonriente y con ímpetu. Dispuesto a comerme esas 2000 horas extras que tengo.

Las miradas se relajan dentro de su angustia,  la gente vuelve a distraerse con las pantallas y las puertas que se abren y se cierran mientras por la ventana, el Sol anda tranquilo sobre los arrozales de Sueca.


Tengamos la espada de Damócles que tengamos sobre nuestras cabezas, seamos pacientes; ¡vivir es maravilloso!




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