dilluns, 25 de febrer del 2019

Hic et nuc. - (Aquí y ahora)




No lloro.
Creo que nunca lloré o, al menos, hace tanto tiempo que olvidé cómo se hace. 
Tampoco río a carcajadas.¿Se puede considerar ya que estoy muerto? 

Entre nosotros; eso de no reír a carcajadas hace bastante menos tiempo y tengo esperanzas de hacerlo pronto. Quizás cuando termine este texto que por el momento sale de mis dedos cargado de amargura. Mi vida es así. Un laberinto de contradicciones. 
Soy optimista. Un optimista que no sabe llorar y que a veces ríe a carcajadas; un loco... o las dos cosas a la vez.  
¿será por eso que estoy vivo?
No soy un tipo duro. No soy un Clint Eastwood. Él, en lugar de sangre, tiene el cierzo soplando en sus venas. Yo no. No soy frío y seco. Tengo emociones; unas son cálidas y húmedas, las otras embarazosas y descarnadas.
Para mí llorar no es una debilidad. Es una herramienta evolutiva tan útil como la risa. Además llorar dota a los ojos de dos tubos de escape por dónde expulsar las lágrimas y de paso limpiar el corazón y apaciguar el alma. 
No, tampoco lloro de risa. 
De risa solo me ahogo y me desahogo.
 
Las personas lloran —pienso — Quizás no soy persona... y si lo soy tengo averiado el llanto. De manera importante, además.
A veces, siento una pena muy grande en el pecho. Una pena para llorar muy fuerte. Pero se queda en eso: Una pena en el pecho... que se queda y se enquista.
Hace un tiempo empecé a pensar en esa pena. 

...Paro la narración un momento. He mentido. He escrito que está en el pecho y no es exacto...
Para empezar a mi pena la veo redonda; como una pelota y se sitúa en el estómago. Ahora, cuando son as 10:07, tiene el tamaño de una pelota de básquet rellena de arena. Sí, estoy embarazado de pena. 
A veces —como últimamente y por eso escribo— cuando a mi alrededor veo muchas miserias y no puedo reír, noto que la pelota trata de salir por la boca. Pero no pasa de la garganta. Se queda atascada; concentrada en el cuello. Entonces  adquiere el tamaño de una pelota de pin pon. Todas mis penas acaban como una pelota de pin pon atascadas en la garganta, como si una corbata invisible las presionase y no las dejase salir. ¡Pero cuidado! Ha pasado de medir dos palmos a medir menos de medio. Está muy concentrada. Como una pastilla de caldo. Vibra. Como un pequeño Big Bang. ¡Va a estallar!— pienso—  ¡Voy a parir una gran pena! Será un llanto sideral...
Pero no sucede nada.
Con el paso de las horas, la pelota de pin pon vuelve al estómago dónde en lugar de ser digerida, vuelve a adquirir el tamaño anterior… Perdón, lector, soy inexacto de nuevo, a causa de la frustración por no haber salido por la boca, ahora esa pena es un poco más grande.
Ese es el llanto que no sale y no sé por qué. 
Mi estómago fabrica penas. Sí. ¡Pero también alegrías! En estos casos se convierte en un criadero de mariposas. Una jaula por la que revolotean los lepidópteros y me hacen cosquillas. La alegría me produce cosquillas en el estómago. Entonces salto, corro, río, digo estupideces y me desahogo; me limpio por dentro. Pero últimamente las mariposas tampoco quieren salir por la boca. Antes lo hacían de forma espontánea y en forma de carcajadas. Ahora mi estómago es una jaula de mariposas. Al final a diferencia de las penas mueren, son digeridas y evacuadas.
Bien, querido lector, te estaba contando que no lloro y que tengo unas ganas enormes de hacerlo y estoy escribiendo sobre mariposas y mierda. Vayamos al grano. Necesito que me ayudes a llorar. Como los talleres de risoterapia pero al revés. Sé que si pudiera, ahora mismo lloraría;  por mi tierra en pie de guerra; por las miserias de la gente; por los incendios que destrozan nuestro mundo...y por tantas injusticias... Lloraría y me limpiaría el corazón, quizás purgaría el alma entera y recobraría las fuerzas para luchar con el entusiasmo que siempre he tenido. Sería como amanecer un día claro de primavera tras una noche de tormenta y como no lloro desde hace tanto tiempo, hasta puede que antes de hacerlo salieran rayos y truenos de mis ojos. Podría ser peligroso pero estoy dispuesto a correr el riesgo. 
Es importante llorar. Cuando echo la vista atrás — todas las aventuras que hemos pasado mi cuerpecillo y yo— me doy cuenta que  llevo cuatro quilos de pena que no me quito de encima. Quizás si riese un buen rato... pero ya os he contado la historia de las mariposas, de la mierda y de cómo va el mundo.
Y quisiera llorar. ¡Ahora mismo!. Llorar hasta llenar 4 botellas de litro con lágrimas. 
Como no puedo, escribo. 
Por eso he escrito este post de mierda.
 
Gracias por haber leído hasta aquí. Esto me hace muy feliz lo cual, en sí mismo, ya es motivo para llorar como un bendito, de agradecimiento.


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